sábado, 6 de septiembre de 2014

RELATOS SALVAJES: HISTORIAS DE BURGUESES PEQUEÑOS, PEQUEÑOS 1RA PARTE



Cuando en el episodio “Bombita” de Relatos salvajes, uno de los “fans” del terrorista escribe en las redes “Ahora poné una bomba en la AFIP”, el cine entero prorrumpe en aplausos. Yo no. Yo los miro en la oscuridad, y hasta me pararía en medio de la sala, el Gaumont, para decirles: “imbéciles, si podemos ver esta película en este cine, con esta calidad, y a ocho pesos, es porque la AFIP cobra impuestos, que después el estado invierte en espacios y proyectos como éste. Es más, si Szifrón pudo filmar esta película es porque recibió un subsidio del INCAA, que a su vez recibe ingresos que la AFIP previamente ha cobrado a otros contribuyentes”.

Es la política, estúpido


Lo que todo el aparato narrativo y la tesis misma de “Relatos salvajes” soslaya, es la política como agente de cambio y mediación. Cada episodio del filme es, paradójicamente, una foto de la realidad, una imagen congelada de la interacción política, enfocada en un callejón en el que la violencia es la única salida. Que Szifrón recurra a la comedia negra para contarla, no la hace más digna, sino más marketinera. Cada una de las viñetas que pasan frente a nuestros ojos, con oportunas elecciones del director y guionista, o con una opción estética distinta, hubiese dado en otra película, que seguramente habría tenido menos espectadores pero más sinceridad y sin duda, mucho más espesor y dignidad. La coartada por la que finalmente optó Szifrón,-mostrar seres que en un rapto de imprudencia recaen en lo más básico de la condición humana-, termina apelando a lo más básico del espectador, y así, en un ida y vuelta complaciente, el que la ve termina glorificando al autor y a lo que, estima, podrían ser sus previsibles reacciones.


El subgénero de la venganza


Una violación suele ser el punto de partida, el asesinato de un ser querido o la simple humillación. “Los perros de paja”, “El vengador anónimo”, “Mad Max” y “Kill Bill” le resultarán familiares al espectador; pero el ánimo de revancha animará incluso filmes de culto como “La fuente de la doncella” de Ingmar Bergman o “Cuerno de cabra” película búlgara de 1972. Salvo un episodio, en el que de todos modos el desquite está presente, “Relatos salvajes” puede enmarcarse perfectamente en este cine de “explotación”. Una vez elegido este género, el director tiene dos opciones: una elaboración que permita nuevas lecturas en el espectador, o caer en una mirada reaccionaria. Szifrón edulcora la última opción con toques de comedia, pero aun así, no puede zafar de un producto reaccionario, muy al gusto del paladar con el que, curiosamente, según lo que manifestó en la mesa de Mirtha Legrand, no coincidiría, pero con el que, según lo que se ve en “Relatos salvajes”, termina por coincidir. Por caso, “El factor humano”, película de 1972 de Edward Dymitrik con George Kennedy, cuenta la historia de un técnico de la CIA al que un grupo terrorista asesina a toda su familia. Desenlace previsible en el género: Kennedy masacra a los terroristas, lo que a la vista del espectador, está muy bien y resulta primariamente catártico, según lo que el propio  director ha querido mostrar. Lo aparentemente sofisticado del planteo de Szifrón oculta este mecanismo, pero el resultado es similar.     


Montando el caballo por la izquierda y cabalgando para siempre por la derecha


La buena operación de marketing que hizo Szifrón en la mesa de Mirtha Legrand, encontró consensos entre el pensamiento progresista. Después de todo, fue hasta placentero que un invitado instalara en esa mesa de la reacción, algo tan obvio como que el mundo se sostiene sobre un sistema que necesita la desigualdad como ordenador y fundamento. Ahora bien, qué habría pasado si ese albañil del que le habló a la señora, hubiese sido protagonista de uno de sus relatos, y que, cansado de la injusticia, se transformara en ladrón. Esa audiencia que adora su película ¿lo habría aceptado entusiasta del mismo modo en que ahora elogia el filme? Y Szifrón, ¿se hubiera bancado darle a ese personaje o bien el cariz de un bandolero sin alma, justificado por una injusticia infinitamente mayor a la que atraviesan sus personajes, o bien el de una suerte de Bairoletto, que a diferencia de “Bombita”, repartiera botines y muerte a diestra y siniestra?

Detengámonos un momento en este detalle: los personajes de Szifrón no matan, salvo que los mecanismos de la historia los justifiquen plenamente o un ocasional y desinteresado sicario lo haga por ellos. “Bombita”, tal como se dice en la misma película, es “quirúrgico” a la hora de atentar contra la empresa de tránsito, no mata a nadie, lo que permite a la buena conciencia del espectador, quedar a resguardo de cualquier conflicto moral. Incluso, en el episodio del avión, Szifrón nos ahorra ver cómo los padres de Pasternak son aplastados por la máquina y los pasajeros calcinados junto al autor de la masacre, en virtud de un subterfugio narrativo: detener la imagen antes de que ocurra, lo que marca la enorme diferencia entre un chiste y una tragedia.

Así, la película permite una identificación sin culpa, con la que la catarsis rebelde del espectador burgués queda a resguardo: por una parte, haría lo mismo que los personajes, pero por otra, se  siente aliviado porque nadie muere. De paso, la “denuncia” de Szifrón es lo suficientemente superficial como para no incomodar ningún aspecto estructural que, a la mirada del espectador medio, podría suponer un cuestionamiento incómodo de su propio lugar de complicidad en el mundo.

De esta manera podría llegar a entenderse la buena recepción que la película ha tenido en gente en apariencia tan distinta como Eduardo Feinmann o Pablo Rieznik: ofrece un paliativo a la pequeña conciencia burguesa. Bajo su aspecto “justiciero”, concilia los bríos del trotskista que todos llevamos dentro con los del enano fascista.


Antipolítica


La política no es fácil. Consiste, básicamente, en tragarse sapos, negociar, hacer lo posible dentro de lo deseable, construir paso a paso, andar del brazo de indeseables, esperar con paciencia de tiempista el momento de acumular poder. Incluye también la posibilidad de que el político se pierda a sí mismo, que se traicione, que renuncie a sus objetivos. Porque el político, vaya complicación, no es un santo, es un ser sediento de poder, y, paradójicamente, lo mejor que nos puede ocurrir como ciudadanos, es que sea así, porque ese mismo poder que disputa hoy en una interna para concejal, mañana lo disputará contra los fondos buitres. El caso es que detrás de él, o a su lado, exista una conciencia social acumulada, un pueblo que entre en sintonía dialéctica con el líder con una consigna de este estilo: este destino individual y colectivo que te propongo es el más conveniente para vos y tus prójimos, mi realización como político es tu propia realización y la de nuestro pueblo, necesito tu apoyo, tu control y tu crítica, aunque en la disputa diaria del minuto a minuto por el poder, vas a tener que confiar en lo que yo haga.

La política es la garantía de nuestra supervivencia democrática, incluso en las peores condiciones sociales y económicas. La Constitución de 1994, por caso, es neoliberal, consagra ese orden y derechos individuales de minorías. En la negociación, son ínfimos los intereses populares satisfechos y muchos los intereses corporativos complacidos. Aun así, es un instrumento político.

Los tiempos de la política no son los mismos que los de nuestra ansiedad y los de nuestra impotencia, por eso la voluntad popular es fácilmente manipulable y cede a los cantos de sirena de la antipolítica: la mano dura para la inseguridad, el ajuste económico para la inflación, el recorte de libertades contra una amenaza externa. Es común que, sobre la clase política, el común de la gente opine que “son todos corruptos”. La falta de opciones entonces lleva al callejón sin salida o a la elección del más mediático y demagógico. Eso es lo que quiere la antipolítica: el blanco y negro de las decisiones rápidas, la solución mágica. En “Relatos salvajes” no hay política, un universo desesperanzado escamotea el lugar del poder o lo equipara en maldad y responsabilidad al de las víctimas. El “son todos corruptos” dedicado a los políticos, se extiende aquí a cada uno de los personajes. Nadie queda a salvo. La misma sensación distante del ciudadano de a pie que al juzgar que todos son corruptos, se siente a salvo de esa vara moral, le sucede al espectador.

En este sentido, “Relatos salvajes” es una película antipolítica y por lo tanto, reaccionaria.

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